Expedición Malaspina: La imagen del Imperio (1789-1794)

Objetivos: Levantamientos cartográficos en las costas de América, Islas Sandwich, Filipinas, Australia, y Nueva Zelanda. Redactar informes de los territorios visitados sobre trazados de puertos, estadísticas del comercio y producciones. Estudios etnográficos y de Historia Natural.

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El 30 de julio de 1789 Alejandro Malaspina, un marino italiano, al servicio de la Armada Española, se dispone a partir, desde el puerto de Cádiz, para realizar una gran expedición científica y política.

Su viaje es una experiencia largamente meditada y preparada; meses antes, el 10 de septiembre de 1788, el propio A. Malaspina había presentado ante el ministro de Marina, Antonio Valdés, un proyecto de "noble emulación" frente a las políticas practicadas por las coronas francesa e inglesa, siguiendo las trazas "de los Sres. Cook y La Pérouse". Lo que Alejandro Malaspina plantea no es sólo un viaje científico; no pudo serlo para una corona cuyo poder sobre su extenso territorio colonial parece estar en duda entre las otras potencias europeas; por ello, en su escrito al ministro Valdés, formulará sus otros objetivos: de una parte, la construcción de cartas hidrográficas para las regiones más remotas de la América, y de derroteros que puedan guiar con acierto la poca experta navegación mercantil; y, de otra, la investigación del estado político de la América, tanto en lo que concierne a sus relaciones con España como con las naciones extranjeras.

El plácet real para la realización de la expedición lleva fecha de 14 de octubre de 1788; como en la práctica totalidad de las expediciones ilustradas, el único móvil público sería el científico, los informes políticos tendrían el carácter de secreto. Ciencia y política viajan juntas en todas las expediciones, mas -como uno de los muchos icebergs con que los viajeros habrán de toparse a su paso por las proximidades polares- sólo la ciencia será visible, el trasfondo más importante -el móvil político- se ocultará bajo la inmensidad del mar océano.

Una vez aprobada la empresa, la maquinaria estatal se puso en marcha. Se construyeron dos nuevas corbetas: Descubierta y Atrevida, ambas botadas en La Carraca, durante el abril de 1789. Se consultó a quienes en nuestro país o en los de nuestro entorno tenían conocimiento o experiencia sobre viajes transoceánicos: los españoles Antonio de Ulloa y Casimiro Gómez Ortega, los franceses François de Lalande y el abate Raynal, el inglés Sir Joseph Banks o el italiano Lazzaro Spallanzani opinaron sobre el instrumental y los objetivos científicos -los únicos conocidos- del viaje; la Academie des Sciences, la Royal Society o el Observatorio de Cádiz también emitieron su juicio. Se obtuvo la mayor información posible de los archivos estatales, se revisaron los fondos de Indias, el perteneciente a los expulsos jesuitas y el fondo de Temporalidades. Se adquirió el instrumental científico-técnico o se hizo construir ex profeso, en los talleres de Londres y París, también en algunas casas de Madrid y, por supuesto, en el Observatorio de la Marina de Cádiz.

Y se seleccionó, con extraordinario cuidado, a los 204 hombres que habrían de formar parte del viaje: bajo las órdenes de los dos comandantes (Alejandro Malaspina y José Bustamante y Guerra), viajan dieciocho oficiales, dos médicos cirujanos, dos capellanes, un cartógrafo, tres naturalistas (Antonio Pineda, Tadeo Haenke y Luis Neé), cuatro pilotos y seis dibujantes.

El itinerario de la expedición Malaspina no es, estrictamente, de circumnavegación, aunque ésta fue su pretensión inicial. El primer contacto con tierras americanas es el puerto de Montevideo. Siguieron su viaje por Puerto Deseado, reconocieron las Malvinas y la costa de la Patagonia, bordearon el Cabo de Hornos y ascendieron por la costa del Pacífico hasta San Carlos de Chie, el último bastión meridional de nuestras posesiones coloniales. La derrota continuó por la costa del Pacífico: visitaron Concepción, Valparaíso y Coquimbo; prosiguieron viaje hacia El Callao y, desde allí, hacia los puertos de Acapulco y San Blas de California; mientras los naturalistas se dedican al estudio detallado de las producciones del rico virreinato novohispano, las corbetas recorren el litoral, hasta alcanzar los 60º de latitud norte, a la búsqueda del supuesto "Paso del Noroeste".

Durante el otoño de 1791 se prepara el detallado estudio del estrecho de Juan de Fuca, un trabajo que habrían de llevar a cabo los oficiales Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés durante el siguiente año, segregados ya de la expedición, durante las mismas fechas que ésta alcanzaba las islas Marianas y Filipinas. En febrero de 1792 las corbetas alcanzan la isla de Guam, la única escala en una larga travesía de tres meses que habrían de llevar a la expedición al archipiélago filipino. Primero fondearían en el puerto de Palapa y luego en el de Sorsogón; la Atrevida prefirió dirigirse hacia Macao y Cantón, ambos puertos de extraordinaria importancia comercial, mientras la Descubierta reconoce la costa oeste de la isla de Luzón.

Ambas corbetas se encontrarían en la bahía de Manila, el 20 de mayo de 1792, permaneciendo en este puerto hasta mediados de noviembre; durante este período los naturalistas contactan con Juan de Cuéllar, botánico al servicio de la Real Compañía de Filipinas, y exploran el interior de la isla de Luzón. En uno de estos viajes el naturalista Antonio Pineda encontró la muerte, víctima de unas fiebres tropicales; durante el verano austral las corbetas navegaron por Nueva Guinea, Islas Salomón, y Nuevas Hébridas; a fines de febrero de 1793 recalan en Bahía Dusky, un mes después alcanzan Puerto Jackson y, durante el mes de abril, reconocen Bahía Botánica. La expedición completó sus datos sobre la costa de Chile, Tierra de Fuego, Río de la Plata y las Malvinas; dobló nuevamente el cabo de Hornos y alcanzó, en febrero de 1794, el puerto de Montevideo.

El 21 de septiembre de 1794, más de cinco años después de su partida, las corbetas Descubierta y Atrevida fondean en la bahía de Cádiz y una densa neblina dificultará su fondadura. En su travesía han atracado en treinta y cinco puertos, y algunos, -como el de Acapulco, El Callao, Talcahuano o las Malvinas-, visitados en más de una ocasión. La expedición no ha dado la vuelta al mundo, como sí hicieron las de sus referentes, Cook o La Pérouse, pero sí ha cumplido una buena parte de sus cometidos: su colección de cartas hidrográficas es magnífica; se ha llevado a cabo una interesante serie de trabajos sobre el magnetismo terrestre y la gravedad; se inspeccionaron las más ricas minas de México y Perú, evaluando sus recursos productivos y sus sistemas de explotación; los naturalistas portan una buena colección de pliegos de herbario, algunas muestras mineralógicas, un número nada desdeñable de animales, una colección de materiales etnográficos y, por parte de los dibujantes, se ha realizado un atinado trabajo iconográfico. Casi un millar de imágenes entre plantas, animales, paisajes, tipos etnográficos, ritos y tradiciones… un inmenso álbum de los territorios coloniales, pertenecientes a la Corona española. Sobre todo, se recopiló una amplísima información sobre las relaciones comerciales y el gobierno de la América española.

Alejandro Malaspina conocería, tras su llegada a Cádiz, las mismas mieles de James Cook, su nombre se baraja entre los posibles para ocupar el sillón del Ministerio de Marina. Una intriga cortesana, urdida en los salones del Palacio Real y de la que el navegante no supo cubrirse, haría que Manuel Godoy lo desterrara, en abril de 1796, al castillo de San Antón, en La Coruña. Sus escritos parecían "demasiado adictos a las máximas de la Revolución y la anarquía". En el fondo, la actitud del marino molestaba al arrogante valido. No cumpliría la condena de diez años y un día que le fuera impuesta y, tras seis años de reclusión, sería desterrado a la Lunigiana, en su Italia natal, donde fallecería en 1810.

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